«Nacisteis juntos y juntos permaneceréis para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios.
Pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía.
Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura.
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de una sola copa.
Compartid vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad y estad alegres, pero que cada uno sea independiente.
Las cuerdas del laúd están solas aunque vibren con la misma música.
Dad vuestro corazón, pero no en prenda.
Pues sólo la mano de la vida puede contener los corazones.
Y estad juntos, pero no demasiado.
Porque los pilares del templo están aparte, (si ambas estuvieran demasiado cerca o demasiado lejos, el techo se derrumbaría)
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.»
(El matrimonio. Khalil Gibran.)
Vivimos en sociedad, nos relacionamos de manera natural desde la más temprana edad, buscamos las figuras de apego para sentirnos seguros y a salvo del mundo. Nos sentimos atraídos por ciertas personas, entramos en sintonía, buscando la intimidad física y emocional, y así construimos inicialmente la pareja basándonos en un sentimiento: el amor.
Pero las relaciones íntimas a lo largo del tiempo suscitan las más contrastadas emociones, ataques de celos, rabia, odio. La convivencia es complicada y mantenerse satisfecho a lo largo del tiempo es todo un reto. ¿Cuáles son los ingredientes básicos?: Complicidad, exclusividad, objetivos comunes, prestar atención a conservar o crear un espacio propio, personal.
Cierta independencia en la pareja producirá un crecimiento personal de cada miembro, la práctica de aficiones y hobbies nos hará sentir bien, y esto se transmitirá a nuestra pareja aumentando la calidad de los encuentros.